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Y Barcelona se llenó de ‘Nuvolaris'

Debutó internacionalmente en España, logró una victoria épica en el circuito de Montjuïc gracias a un artificio táctico y a una gestión al límite de sus Pirelli Stella Bianca… y dejó huella en la afición e incluso en el lenguaje

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Tazio Giorgio Nuvolari (1892-1953) merecería figurar en todas las listas de los mejores pilotos de la historia. Protagonista en una época en la que competir encerraba un serio riesgo vital, su carrera reúne, a partes iguales, coraje y tesón. Ligado al automovilismo como modus vivendi y refugio personal, se podría decir que Tazio, más que vivir para correr, corrió para vivir.

Empezó tarde para los cánones actuales, pero con éxito. Desde su debut, en 1920 a los 28 años, Nuvolari no tardó en cosechar triunfos tanto sobre dos como cuatro ruedas en su Italia natal. El salto a la internacionalidad, pues, era cuestión de tiempo. Llegaría a las puertas del otoño de 1923, a los 31. La Penya Rhin, una agrupación catalana de entusiastas del motor, organizaba desde 1921 un Gran Premio en el circuito de Vilafranca, un trazado situado en la cercanía de Barcelona y que enlazaba 14 km de caminos polvorientos rodeados de viñedos. De cara a la tercera edición de la carrera, la organización recibió, entre otras, la respuesta afirmativa de un solo fabricante italiano, Chiribiri, que concurriría con dos “voiturettes” Tipo Monza de 1.500 c.c. para Amedeo Chiribiri y Maurizio Ramassotto. Sin embargo, el forfait de este último combinado con la amistad de con “Deo” Chiribiri con Tazio Nuvolari le abrió la posibilidad del debut internacional. Y lo haría con un triple reto: la carrera de Vilafranca y las de inauguración del nuevo Autódromo Nacional de Terramar.

Y Barcelona se llenó de ‘Nuvolaris'
Y Barcelona se llenó de ‘Nuvolaris'

The pilot Tazio Nuvolari, cover of the first issue of the magazine “Pirelli. Rivista d'informazione e di tecnica”, 1948 (Pirelli Foundation), www.rivistapirelli.com


Tazio zarpó con dirección a Barcelona el 11 de octubre de 1923 a bordo del vapor “Guadalquivir”. Llegaba con la etiqueta de aspirante frente la potente armada Talbot, que lideraba el francés Albert Divo. Suyo fue el triunfo el día 21 del mismo mes en Vilafranca, en la que Nuvolari, afectado por problemas mecánicos, acabó quinto tras una épica remontada. Tampoco le acompañó la montura una semana más tarde en la prueba motociclista de Terramar, a la que concurrió al manillar de una Borgo. Pero Nuvolari estaba destinado a dejar huella, como demostró en la carrera de voiturettes que cerraba la semana inaugural del óvalo. Dominada por los Talbot, con Dario Resta al frente, Nivola cruzó la meta en cuarto lugar tras una frenética recuperación. Lo recuerda este extracto del diario Mundo Deportivo correspondiente al 5 de noviembre de 1923: “Fue solo Nuvolari el que durante largo rato de la carrera, con una valentía y un virtuosismo extraordinario, libró un emocionante duelo contra adversarios que eran más veloces, pero no más ni acaso tan audaces como el italiano para quien fueron ayer las más cálidas ovaciones”. Nuvolari había dejado huella.

Una década más tarde, la Penya Rhin recuperó en Montjuïc sus célebres “Grandes Premios”, un reto obrado con menos recursos que voluntad y perspicacia organizativa. En la que debía ser la cuarta carrera histórica, fijada el 25 de junio de 1933 y para la que dispusieron de sólo un mes y poca (o nula) ayuda económica de la administración, los responsables de la Penya, como bien recuerda Javier del Arco en su libro “40 años del automovilismo en el circuito de Montjuïc”, vieron en Nuvolari el reclamo perfecto, así que viajaron al GP de Nimes a persuadirlo. El italiano, que en ese mismo mes ganaría las 24 horas de Le Mans, les dio su palabra, amparado en los “buenos recuerdos” de su debut internacional y el calor de la afición en Vilafranca y Terramar.

Iniciaba así un trienio de amor y desamor entre Nuvolari y Montjuïc. El trazado de la montaña mágica, famoso por acoger cuatro GP de F1 entre 1969 y 1975, lo vio sufrir con la mecánica en 1933, abandonar en 1934 afectado por las secuelas físicas de un accidente previo y subir al tercer peldaño del podio al volante de un Alfa Romeo P3 en 1935, detrás de los inalcanzables Mercedes-Benz W25B.

Hasta que llegó 1936. Nuvolari se inscribió al 7º GP Penya Rhin al volante de un Alfa Romeo 12C de la Scuderia Ferrari, montura técnicamente inferior a los colosos alemanes, los Mercedes W25 de Caracciola y Louis Chiron, y los Auto Union que pilotaban Ernst von Delius y Bernd Rosemeyer. Pero aquel 7 de junio, el italiano firmó una épica hazaña fundamentada en su valentía e inteligencia táctica.

La carrera, que iniciaba con una parrilla definida por sorteo, se convirtió en un cara a cara entre Tazio Nuvolari y Rudolf Caracciola. El mantuano no invirtió demasiado tiempo en colocarse primero tras superar a los dos Mercedes –primero a Chiron y luego a Caracciola–, escapándose a continuación a un ritmo endiablado. El público asistente (las fuentes hablan de una horquilla de va de las 50.000 a las 100.000 personas) vivía con estrépito la cadena de vueltas rápidas del Alfa rojo, que acabó situando el récord de la pista en 1:58, cuatro segundos más veloz que el anterior registro y marca que permanecería 28 años intacta. Impresionante. El duelo de paradas en boxes provocó un efímero cambio en el liderazgo, que Nuvolari recuperó tras el nuevo repostaje del sediento W25 de Caracciola entre la vuelta 52 y 53. Su ventaja: 26 segundos.

Empezaba aquí una fase épica de la competición. La lógica decía que Nuvolari tendría que parar al menos una vez más. Así lo creían en Mercedes, respaldándose además en los gestos que, vuelta tras vuelta, el as italiano dedicaba a sus mecánicos para que prepararan un hipotético pit stop. Y Caracciola mordió el anzuelo durante muchas vueltas… hasta que vio que era demasiado tarde, y ni una furiosa reacción final le permitió adelantar al líder la Scuderia Ferrari. Nuvolari, que vio la bandera a cuadros con poco más de dos segundos de ventaja (el cronometraje de la época no se pone de acuerdo al respecto) se había ahorrado la última visita a sus mecánicos gracias a una gestión intachable de sus Pirelli Stella Bianca y a un pilotaje extremadamente eficiente (entró en meta con 5 litros de combustible en el depósito).

Nuvolari sellaba una victoria para la historia… y su particular reconciliación con Barcelona. Javier del Arco recoge en su obra sobre Montjuïc las declaraciones de Nuvolari al término de la carrera: “Me llevo de este Gran Premio el mejor de los recuerdos. Tenía un deseo ferviente de desquitarme ante este público, que fue el que enmarcó mi debut como piloto de coches de carreras, de unas actuaciones de años pasados en los que la suerte no quiso acompañarme. Ahora creo que he dejado un buen recuerdo”. 

Nuvolari no correría nunca más en Barcelona, pero su legado sí marcó a la ciudad durante décadas. Su audaz (y en ocasiones temerario) pilotaje se trasladó al recuerdo… e incluso al lenguaje. Desde entonces, ‘ser un Nuvolari' pasó a significar conducir muy deprisa al volante de un coche. Así que, desde la distancia, y durante casi medio siglo, Barcelona se llenó de ‘Nuvolaris'.